Mañana de perros

Todos tendrían que conocer al Comandante.
Llega a la hora que quiere. Al Director ni lo mira, ni le inventa una historia para justificar su retraso, ni nada. Encara uno por uno en la redacción, saluda con la mano manchada con restos de pintura, y enfila para “diseño”. Allí está su silla, su escritorio, y sus dos computadoras (siempre hay un protector de pantalla con buenas imágenes en la máquina que no está usando).
¿Alguna novedad Capitán?- me grita desde el otro lado de la habitación.
-¡la nave apuntando al norte como siempre, Comandante! quieta, pero siempre hacia el norte- le respondí la última vez.
Y el Comandante estalla, porque si algo sabe hacer el Comandante es reírse con ganas.
El bigote desprolijo, el pelo lacio, la campera de guerra y sus cuarenta y tantos.
Una mañana en una charla cotidiana con los diseñadores comenté: -bueno, mejor pasarse que quedarse corto-. Como si hubiera descubierto su única premisa de vida, el Comandante repitió la frase un par de veces en voz alta: -¡mejor pasarse, mejor pasarse que quedarse corto!-
Lo mejor es cuando vamos a fumar un cigarrillo:
-¿vamo´ a fiscar?- dice alguno de los dos. Yo no sé qué significa “fiscar” pero el resultado es el mismo: salimos como dos perros a olfatear un poco la vereda. Buscamos algún hueso, cavamos un pozo, o simplemente nos divertimos molestando a una hilera de hormigas. No mucho, lo que uno hace cuando encuentra un perro de su misma raza.